viernes, 1 de julio de 2011

Memorias de una pulga - Capítulo III

Memorias de una pulga

Capítulo III

No creo que en ninguna otra ocasión haya tenidque sonrojarme con mayor motivo que en esta oportunidad. Y es que hasta una pulga tenía que sentirse avergonzada ante la proterva visn de lo que acabo de dejar registrado. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos. Una persona de frescura y  belleza infinitas; una mente de llameante sensualidad convertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcán de lujuria.

Muy bien hubiera podido exclamar con el poeta de la antigüedad:

¡Oh, Moisés!, o como el más práctico descendiente del patriarca: ¡Por las barbas del profeta!

No es necesario hablar del cambio que se produjo en Bella desps de las experiencias relatadas. Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.

Lo que pasó con su juvenil amante, jamás me he preocupado por averiguarlo, pero me inclino a creer que el padre Ambrosio no permanecía al margen de esos gustos irregulares que tan ampliamente le han sido atribuidos a su orden, y que también el muchacho se vio inducido poco a poco, al igual que su joven amiga, a darle satisfaccn a los insensatos deseos del sacerdote.

Pero volvamos a mis observaciones directas en lo que concierne a la linda Bella.

lunes, 27 de junio de 2011

Memorias de una pulga...1er Cap.

NOVELAS EROTICAS
NACÍ, PERO COMO NO SABRÍA DECIR COMO, cuándo o dónde, y por lo tanto debo permitirle al lector que acepte esta afirmacn mía y que la crea si bien le parece. Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida —o tal vez hubiera debido decir mi brinco por ella— estuve dotada de inteligencia, dotes de observacn y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el vulgo, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todavía por los más avanzados científicos del mundo. 
Oí decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesn...



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Memorias de una Pulga, Novela Erótica.

Extracto de Memorias de una pulga, novela erótica del siglo XIX..
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..Curiosa por saber el desarrollo de una aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella, me sen obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis tenciones, no  fuera a  despertar su  resistencia y  a  desencadenar un  ataque  a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven.
No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la   sacristía, con el fin de decidir sobre  el sino de la infortunada Bella.
Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquélla y llamó.
La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.
A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón.
Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por  algunos segundos. El padre Ambrosio lo rompió al fin para decir:
Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino.

viernes, 20 de mayo de 2011

Lolita de Vladimnir Nabokov (Cap.4 y 5)

Lolita – Capítulos 4 y 5
Repaso una y otra vez esos míseros recuerdos y me pregunto si fue entonces, en el resplandor de aquel verano remoto, cuando empezó a hendirse mi vida. ¿O mi desmedido deseo por esa niña no fue sino la primera muestra de una  singularidad  inherente?  Cuando  procuro  analizar  mis  propios  anhelos, motivaciones y actos, me rindo ante una especie de imaginación retrospectiva que atiborra la facultad analítica que con infinitas alternativas bifurca incesantemente cada rumbo visualizado en la perspectiva enloquecedoramente compleja de mi pasado. Estoy persuadido, sin embargo, de que en cierto modo fatal y mágico, Lolita empecon Annabel.



 también  que  la  conmoción  producida  por  la  muerte  de  Annabel consolidó la frustración de ese verano de pesadilla y la convirtió en un obstáculo permanente para cualquier romance ulterior, a través de los fríos años de mi juventud. Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección tal que no puede sino resultar incomprensible para los jovenzuelos materialistas, rudos y de mentes uniformes, típicos de nuestro tiempo. Mucho después de su muerte sentía que sus pensamientos flotaban en torno a los os. Antes de conocernos ya habíamos tenido los mismos sueños. Comparamos anotaciones. Encontramos extrañas afinidades. En el mismo mes de junio del mismo año (1919), un canario perdido había revoloteado en su casa y la mía, en dos países vastamente alejados. ¡Ah, Lolita, si tú me hubieras querido así!
He reservado para el desenlace de mi fase «Annabe el relato de nuestra cita infructuosa. Una noche, Annabel se las compuso para burlar la viciosa vigilancia de su familia. Bajo un macizo de mimosas nerviosas y esbeltas, al fondo de su villa, encontramos amparo en las ruinas de un muro bajo, de piedra. A través de la oscuridad y los árboles tiernos, veíamos arabescos de ventanas iluminadas que, retocadas por las tintas de colores del recuerdo sensible, se me aparecen hoy  como  naipes  acaso porque una  partida de  bridge  mantenía ocupado al enemigo–. Ella tembló y se crispó cuando le be el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas,  sus  adorables piernavivientes, no  estaban muy  juntas  y  cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada. Estaba sentada algo más arriba que yo, y cada vez que en su solitario éxtasis se abandonaba al impulso de besarme, inclinaba la cabeza con un movimiento muelle, letárgico, como de vertiente, que era casi lúgubre, y sus rodillas  desnudas  apretaban  mi  mano  para  soltarla  de  nuevo;  y  su  boca temblorosa, crispada por la actitud de alguna misteriosa pócima, se acercaba a mi rostro con intensa aspiración. Procuraba aliviar el dolor del anhelo restregando ásperamente sus labios secos contra los míos; después mi amada se echaba atrás con una sacudida nerviosa de la cabeza, para volver a acercarse oscuramente, alimentándome  con su boca abierta; mientras, con  una generosidad pronta a ofrecérselo todo...